Como era de esperar (ya que mi aura no se debe llevar muy bien con EEUU) al llegar al aeropuerto de Orlando (escala a Nueva York) debieron confundir mi nombre con el de algún otro Sánchez "non grato" por lo que retuvieron mi pasaporte e hicieron unas cuantas llamadas y conversaciones antes de dejarnos correr por los pasillos porque perdíamos el avión a Nueva York. Finalmente gracias a un pasajero ebrio que daba problemas y retrasó el despegue conseguimos montar en el avión que en menos de tres horas aterrizó en el JFK de Nueva York.
Una muestra evidente del tamaño de una ciudad es su plano de metro y el de Nueva York es casi un póster (sin exagerar), si lo despliegas dentro del metro casi hay que salirse del vagón para leerlo. Eso fue lo primero que nos llamó la atención, las dos horas de trayecto de metro desde el aeropuerto hasta Manhattan, también llamada la gran manzana, aunque más bien podrían haberla llamado las 270 manzanas que cubren de suer a norte este gran "barrio" de Nueva York.
Nosotros dormíamos en el barrio negro por excelencia llamado Harlem donde parecíamos dos puntitos blancos en tan gran lugar. La verdad es que aprovechamos el tiempo y caminamos muchísimo pues en dos días nos dió tiempo a ver practicamente todo Manhattan.
El primer día lo ocupamos en pasear por sus grandes avenidas, subir al impresionante Empire State desde donde se puede ver casi toda la ciudad si la visibilidad lo permite, pasear por la 5ª avenida hasta el Rockefeller Center y flipar con las tiendas de alto standing y las limusinas que llenan su gran avenida, caminar por Wall Street (es distrito financiero de la ciudad), entrar en silencio al ver caer alguna que otra lágrima mientras las manos depositaban flores sobre los alrededores de las antiguas torres gemelas, pasear por la avenida Broadway hasta llegar a Times Square y alucinar con los carteles luminosos publicitarios que abarrotan este cruce de calles.
Y tras tomar una cerveza y un batido de chocolate contemplando guitarras de Linkin Park y The Doors en el Hard Rock Cafe nos fuimos a lo que fue el capricho de la estancia en Nueva York: ver un musical en Broadway, en este caso el de Mary Poppins. He de reconocer que no imaginábamos que íbamos a alucinar tanto y a salir tan contentos de ver ese pedazo de espectáculo a pesar de no dominar bien el inglés. Fue una mezcla perfecta de voces, interpretaciones, decorados móviles alucinantes y por supuesto magia y fantasía, todo ello unido de la manera más inimaginable. Fue tanto lo que disfrutamos que al salir del musical ya no nos pareció tan cara la entrada de 46€ (la más barata) y cantábamos alegremente supercalifragilisticoespialidoooooso...
Y al salir del musical Times Square parecía no haber dormido y seguía abarrotado de gente entre su espectáculo de carteles luminosos.
Al día siguiente fuimos a visitar la Estatua de la Libertad, símbolo de libertad de América (será en EEUU sólo... jeje) que nos pareció más pequeña de lo que imaginábamos. Desde allí fuimos a Ellis Island, practicamente convertida en museo vivo de los antiguos emigrantes que ahora pueblan este gran país. Allí graficamente se veían datos e imágenes de los primeros emigrantes de cualquier rincón del mundo para conseguir un mejor futuro y luchar por el sueño americano.
Desde esta pequeña isla fuimos nuevamente a Manhattan para pasear por el barrio East Village, donde las diferentes lenguas se entremezclan con el inglés mientras el batiburrillo de comercios de todas las nacionalidades pasan al ritmo de los pasos.
Después de comer en Mc Donalds (el presupuesto no da para más en esta carísima ciudad) fuimos a terminar la tarde de domingo y nuestras últimas horas en la ciudad en el gigantesco Central Park donde cada escenario te hacía recordar el de alguna película. La verdad nos ponemos en la piel de un neoyorquino y debe apetecer que llegue el domingo para perderse paseando por este inmenso parque de casi 57 manzanas de largo.
A parte de la diversidad cultural nos llamó mucho la atención el tema de la comida y bebida que es tan frenético como el ritmo de la ciudad que no duerme. No nos extraña que haya tanta gente obesa viendo el precio de la comida de un restaurante normal y el precio en estas franquicias. En Manhattan hay más de 40 Mc Donalds y todos ellos casi siempre abarrotados, algunos parecen incluso lujosos como el de Broadway y otros no cierran en las 24 horas del día. Aunque siempre tienes la opción de ir a China Town o la pequeña Italia a comer algo más barato.
Y así pasaron estos dos días, tan rápidos y aprovechados como el ritomo a que te lleva esta impresionante ciudad, eso sí, impresionante para visitar y para nuestro punto de vista no para vivir.
martes, 19 de mayo de 2009
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1 comentario:
Al ver estas imágenes me dan ganas de conseguir pasajes en avión y poder obtener una reserva en un alojamiento en manhattan. Es una bella ciudad que por mas que uno vaya muchas veces no tiene desperdicio y siempre hay cosas nuevas para visitar
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