sábado, 14 de marzo de 2009

Rurrenabaque

Hay dos maneras de llegar al Amazonas boliviano. La primera es en una avioneta de diez plazas que tarda cuarenta minutos, pero ésta no despega o aterriza si la pista de aterrizaje de Rurrenabaque (de tierra) no se encuentra en buenas condiciones. La segunda y única forma en nuestro caso fue en bus a través de la famosa carretera más peligrosa del mundo: el descenso del Coroico, ¿quién no ha visto una presentación de power point de esta carretera? En la que se cruzan buses y camiones en unos precipicios que mejor ni mirarlos. El viaje, sin palabras, tramos de 3,5 metros de ancho en los que sólo pasaban las cuatro ruedas del bus, porque el chasis se salía fuera de ella, ríos atravesando la carretera en cascadas de agua, árboles caídos por las lluvias, (os informamos que acá en Bolivia en enero-marzo es temporada de lluvias) piedras y socavones. Y si a todo esto le añades veinte horas de viaje sin oler una gota de asfalto, cuando bajas del bus parece que sigues botando durante horas. Pero todo esto iba acompañado de unos paisajes alucinantes como jamás habíamos visto. Cada kilómetro que transcurría la vegetación era más grandiosa.


Rurre es un lugar muy bonito, con un calor y humedad impresionante y una tranquilidad sólo rota por la cantidad de motos que circulas por el pueblo. De aquí contratamos un tour de tres días por la selva.
Un bote nos transportó dos horas río arriba hasta el comienzo del Parque Nacional Madidi, el cual está formado por una extensión de 1.895.750 hectáreas o sea 18.957 km2, es decir, un lugar gigantesco donde habitan pueblos indígenas originales como los Tacanas o Quechuas y millones de especies animales y vegetales.
Comenzaremos por el final… una de las experiencias más alucinantes del viaje pero sólo al regresar de allí porque durante la estancia es un acojone… todo pica, todo duele, todo se mueve, es la mayor concentración de vida que jamás hemos visto, pero empecemos la aventura por el principio…
Bajamos del bote en una orilla del río y nuestro tarzán (guía) Jose Luís, nos hizo una seña que le siguiéramos por el sendero que en diez minutos llegaríamos al campamentos desde el cual haríamos las incursiones a la selva.

Los primeros veinte metros perfectos, con bastante barro pero transitable, después el barro empezó a ser blando y a cubrirnos las botas por lo que nos las quitamos y caminamos descalzos. Veinte metros después apareció un gran estanque de agua marrón que había que cruzar (cada paso que dábamos ahí dentro deseábamos que fuera el último). Lo cruzamos intentando no prestar demasiada atención a lo que pisábamos en el fondo y con las mochilas lo más altas posible ya que el agua en ocasiones nos llegaba casi por la cintura. El guía desde la otra orilla sonriendo y diciendo ¡venga chicos que esto no es nada! Nosotros flipando y así empezó lo que serían tres días de verdadera aventura por la selva.
Durante las largas caminatas en busca de animales salvajes, tarzán nos iba mostrando cada planta y cada árbol, nos hablaba de sus peligros al tocarlos, de sus propiedades medicinales, de sus frutos comestibles nuevos para nosotros, de las semillas utilizables para artesanías (recogimos unas cuantas con las que luego aprendimos a elaborar anillos y collares), del poder colorante de ciertas hojas…


Bebimos agua del interior de lianas, probamos la semilla del cacao en fruto, vimos los grandiosos caobas y los alucinantes estranguladores de árboles (crecen en su copa y desplazan sus raíces alrededor del tronco del árbol hasta llegar a la tierra y con el paso de los años acaban estrangulándolo y matándolo y se queda él como árbol), vimos gigantescos árboles caídos abriendo un poco de claridad en el espesor de la selva y dando oportunidad a nuevas plantas y árboles a vivir. La alucinante vegetación nos pareció todo un mundo de supervivencia entre especies incluso mucho más clara que la de animales.
Tarzán siempre iba delante abriendo paso con su machete bien afilado de un metro de hoja, esto no impedía que de vez en cuando nos dijera que corriéramos y después nos explicaba porqué. A veces eran paneles de avispas muy pequeñitas pero mejor del dolor provocado por su picadura que os lo cuente Maider al regreso. Otras veces eran hormiguitas que ni se veían pero corrían velozmente hacia tu piel y dolían cuando mordían que ni os cuento. Y bueno arañas tarántulas y escarabajos gigantes y bueno ni antimosquitos con 50% DETT, ni leches, picaban a través de la ropa y había millones.


La humedad en la selva es del 100% y esto te pesa. Fuimos en busca de jabalís y encontramos grandes manadas que nos hicieron sentirnos como una pulga, pero el guía decía que no pasaba nada que nos tenían miedo y por ello iban haciendo un ruido muy fuerte con sus dientes.
Por las noches el ruido era indescriptible, millones de insectos, ramas cayendo, pájaros, lluvia, viento, etc… pero dentro de nuestras mosquiteras nos sentíamos mejor. El guía nos ofreció salir a buscar jaguares de noche pero nosotros obviamente no quisimos porque no nos sentíamos seguros.
El primer día ya no nos quedaba nada seco y caminábamos por la selva calados hasta los huesos.
La experiencia fue alucinante y satisfactoria pero reconocemos que es una locura convivir entre tanta vida salvaje y competencia incluso vegetal, sin que te ocurra nada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

q tal stais? q emvidia q bonito to,aber si nos traeis algo jejejeje cuando venis ya dentro de poco no ¿? un besazo ana , maria y la tia q os lo paseis bn bss

Ana dijo...

Hola chicos, espero que se os haya pasado ya, la mala leche de lo que os ocurrió, lo siento mucho.
Nada, me encanta leeros y veros en el blog, auque como os dice mucha gente, la envidia es enorme. Si tengo hijos no dudaré en decirles que hagan lo que habéis hecho, puesto que una quizás ya ha llegado tarde... je, je.

Mil besazos desde Valencia, cuidaros mucho, mucho.

Un muas!!